
Segundos antes, un ruido cercano y estrepitoso la había obligado a salir de la cama tratando de no despertar a quien últimamente solo se limitaba a dormir a su lado. Pero al final de la escalera no pudo encontrar aquello que tan abruptamente la despertó y, durante un largo rato, lo único que pudo oír era el sonido de las agujas de ese reloj que ya daba las 4.15.
De repente un resplandor se filtró por debajo del postigo y súbitamente todo se veía tan fácil y claro. La puerta, la salida. Se iría: descalza y sigilosa, escapando para jamás volver. Sin llantos, despedidas, reclamos ni rencores; incinerando su espantosa rutina de lamentos e indiferencia. Como si la noche la tragara o la oscuridad la llevara consigo; como si se esfumara, como si su voz se apagara para siempre...