Su mirada de ultramar se detuvo atrevidamente en su rostro. Ella, que se esforzaba por contener sus lagrimas y limitar sus autoreproches, se vio de pronto obligada a abandonar sus pensamientos y a corresponder al azul de sus ojos. Dulcemente él le sonrió. De un súbito y torpe movimiento ella se bajó del colectivo para jamás volverlo a ver. Ahora ella era quien sonreía; él le había cambiado el día...
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