viernes, 8 de mayo de 2009

The fool on the hill



A través de la polvareda que levantaban los autos, se oyó un timbre de bicicleta que retumbaba incesante, como furioso representante de las voces que, por cruel designio, acostumbran a callar. Me quedé mirando a ese hombre mayor pedalear calmo pero firme, mientras olvidaba recordar que era una mañana muy fría y que había dejado mis guantes en casa. Su sombrero campesino me hizo sonreír...
Y así fue como decidí que ese día, que amenazaba con nunca acabar, todos mis sentidos estarían al servicio de descubrir aquellos pequeños detalles que logran combatir valientemente al gris de mi rutina.

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